Era un suplicio verte de este modo:
fetal y consumida. Cavernosa,
tu voz completa tambaleaba, frágil;
andar de mariposa alcoholizada
yendo a los tumbos en su bicicleta.
-Boludo, qué par de tetas.
Inflaste mocos verdes como globos,
manchaste los calzones de marrón.
Y la loba tragó mi corazón
posándose nomás de rosa en rosa.
-Pibe, decime una cosa.
La casa te bienvino ¿te acordás?
con una bala hincada en el costado,
que hirió la piel abriendo un hueco torpe,
la costilla quebrada y sin soldar.
La sopa de fideos que tomabas
con queso de rallar.
-Pibe, ¿te dejás de hinchar?
Tu piel y hueso recalcó esternebras
en la pelambre pútrida y reseca
como pasto insolado a toda lupa,
como barquito de papel plegado.
Fuiste tiñendo sábanas de rojo,
inundación inhóspita de arcadas,
con tu flujo, tu vómito y tus náuseas.
En el reloj quizás las seis y treinta
exigen al cucú saltar del nido.
-Pibe, ¿qué es ese ruido?
Y las palomas obturando el sol,
hebras opacas que hilan una alfombra.
-Pibe, ¿qué es esa sombra?
Ruge el rugir del mar y el de la zanja,
pasó lo que tenía que pasar.
-Pibe, pará de llorar.
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