martes, 10 de agosto de 2010

Roedores

Le preparamos la trampa
con precisión de relojes.
De fondo ya las cigarras
cantando las buenas noches.

El piso de parquet desnivelado
apenas, quieto, como el mar en calma.

El espiral fuyí, como una dama
de incandescentes labios y pitando.

El eco de una puerta cada tanto,
insinuándose tímida y lejana.

El rumor de la tele que callada
resplandece un color que va mutando.

Le preparamos la trampa
con precisión de relojes.
El comedor esperando
que den otra vez las doce.

Tomándola de las trenzas
con esa rabia que mata
mi abuelo agarra a la rata
con la tenaza de fierro.
La pinza arranca una punta
del pelo inmundo del bicho,
con un quejido de perro
se duele en aullidos, gruñe
mostrando las muelas juntas
que aprieta como dos tuercas.
Y alzándola por el cuello
con el adentro del puño,
le escupe todo el hocico,
le sella en la trompa un sello
de rojo como un insulto.

Ya no se pueden deshacer los pasos,
y al fin el corazón envuelto en cardos.

De este lado o del otro, da lo mismo,
ya no se puede atravesar la puerta.

Una vez que el umbral está cruzado
ya no se puede atravesar la puerta.

Que de este lado está la rata muerta,
que la infancia está muerta al otro lado.

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